Dominulres perdió a su hijo en
el incendio de Roma. Su gran amor de padre le hizo arrastrar a Italia a
apagarla en el mediterráneo y de tanto tirar de la península, desprendió un
pedazo de la tierra en llamas; se lo llevó al fondo del mar, allí restregó su sangrante
corazón contra las piedras, y hasta ahora no ha dejado que los peces le
arrebaten un sólo grano de arena, pues en cada átomo de esa tierra la
desesperada voz de su hijo parece retumbar: ¡aquí!, bajo las piedras, padre,
estoy, aquí, me tienes que salvar!
Da Vinci pinta largos años sin encontrar el color principal.
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