los ojos del pecho.
Son las diez de la mañana, se hace tarde para volver a buscar las cosas que se mueven. Descansa camisa, pantalón, cierre que encubre un secreto agujero, donde solía palpitar un nombre de mujer y demasiados pájaros en la copa del árbol.
Tendrás que buscar otra puerta, la tarde se avecina y con ella, la última voz, abrirás la puerta para tirar tu alma lejos, pasadora de cuerpos en el río. Te hubiese regalado un beso, torre de labios, tu cuello, pastizal de crepusculares hojas húmedas, bendito el viento que no se baja, la luz que no se baja, corona de ardientes raíces, sepultada rosa negro escarlata, nada brillas en la ausencia de mis besos, te quiebras, te quiebras, delicada belleza. El agua no te hace bien. El sol te chispea. La lluvia, entonces, se duerme mientras te nombro.
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